viernes, 7 de noviembre de 2008

Habia Una Vez un Club...


Hoy les voy a hablar de un Club del cual fui socio durante tres años y que hoy ya no esta representado como en aquellos años. “El Club” tenia su sede social en una antigua casona del barrio de Palermo, si bien no concurría en aquellos años en forma cotidiana si me acercaba al menos una vez al mes por diferentes motivos, y para mi definitivamente era un gran honor ser socio. Ubicado en la calle Cabrera del clásico barrio porteño, Palermo Viejo, se ubicaba a mitad de cuadra “El Club”, un club con grandes historias de esfuerzo, pasión por su actividad, el cual descansaba sobre uno de los lugares mas calidos que he visitado, haciendome sentir definitivamente como “en casa y en paz”, estoy hablando del Club del Vino.

La casona fue inaugurada en el año 1994, cuando se ingresaba a la misma se veía un hermoso patio con mucha bibliografía a disposición del socio que sentía que estaba recorriendo los cuartos de su propia vivienda, así de calido y agradable era. Hacia la derecha teníamos una oficina de recepción en la que los chicos nos recibían con tanta amabilidad, parecía una empresa familiar y eso se notaba en cada toque, en cada trato en como uno era atendido. A la izquierda teníamos el ingreso al famoso Restaurant del Club donde he disfrutado veladas increíbles gracias a la gran atención acompañado por una gran gastronomía, un lugar que muchas veces le di el nombre de “Mi Escondite”, era el lugar ideal un lugar cómodo apacible y realmente agradable. No tan agradable como la persona que me recibió en el Restaurante durante los 3 años que concurrí al mismo, una persona que tomaba nuestros abrigos y nos hacia sentir la persona mas importante del lugar. Hablar de la gastronomía del lugar es caer en una gran redundancia con lo que les vengo contando, simplemente fantástica, no recuerdo haber degustado vinos a una temperatura tan adecuada como allí, siempre estaban perfectos, dentro de los mas destacados supongo que han pasados unos cuantos Tempranillos Urban Uco y Urban Oak de O Fournier por mi mesa, los cuales siempre me agradaron mucho y hacían que mi bolsillo no se quejase demasiado. Desde el restaurant se podía bajar al “Museo del Vino” quizás el lugar con mas historia de todos, en el cual se realizaban además todas las degustaciones del Club. Subiendo una escalera teníamos un Café Concert cuna de grandes artistas que muchas veces disfrute como si estuviese en el Living de mi Casa, llevando la calidez del Club a un ambiente de música y teatro realmente impagable. En definitiva si uno quería pasar una velada increíble… El Club era la respuesta obvia. Durante todo ese tiempo disfrute además de toda la bibliografía de gran calidad que el Club editaba y me enviaba cada mes, una revista realmente sensacional con columna de gran interés como Maridaje Lab y entrevistas a famosos socios del Club. Mucho se hablo sobre… “El vino es Snobismo, el vino es vino y nada mas”, o “Pertenecer al Club del Vino es sinónimo de querer ser Snob”. Nunca sentí ninguna de las dos sensaciones, solo placer de pertenecer, placer de respirar historia en su casona y amor por una bebida que disfruto muchísimo… Cada una de las botellas de mi colección tienen una marca personal, cada una representa un momento de mi vida, que recuerdo cuando esa botella es destapada. Y sin dudas muchos de mis pocos conocimientos se lo debo a la gente del Club.

¿Por qué escribo esto?, bueno el Club estuvo cerrado unos años, la semana pasada me entere de su reapertura, llame para reasociarme, para volver a ser parte, pero me entere por parte de la persona que me atendió que la casona ya no pertenecía al Club, textualmente me dijo “El Club tiene sus oficinas en Microcentro”, no me sono a El Club, no me sonó a “El Club de mis Amores, no me sonó a el Living de mi Casa”, me sonó a un telemarketer que trabaja en una empresa… Simplemente colgué el teléfono con mucha angustia, y volví a desempolvar las viejas revistas en donde el Club del Vino aun sigue vivo.

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